A Galecia quando deixava de ser a Gallaecia: assentamentos fortificados no noroeste peninsular

Castro de Viladonga

Quando falamos da Galécia, tendemos a pensar nos limites da atual Galiza. Curiosamente, onde isto é mais comum é no mundo académico. Não são poucos os artigos científicos que ao analisarem a província romana da Gallaecia tomam como referência as fronteiras de hoje. Isto não é apenas um erro em termos analíticos, mas também um problema histórico, já que muitos dos processos durante o período romano, estiveram muito influenciados pelos limites provinciais impostos pelo império. Este é o caso, por exemplo, dos assentamentos fortificados, um fenómeno sobre o qual já temos falado.

Como sabemos, a Galécia foi uma província constituída por três conventos: o conventus lucensis, o conventus asturicensis e o conventus bracarensis, incluindo, durante o século IV, o antiguo conventus cluniacensis. Instituida após a reforma de Diocleciano, depois do século V os seus limites administrativos foram desaparecendo. Ainda que o reino Suevo aproveitou as vantagens de ter uma delimitação tão clara, as suas fronteiras já não seriam as mesmas que durante o período romano. Porém, durante os séculos pós-romanos, e ainda que o conceito de Gallaecia desaparecia progressivamente, este espaço seguiu a ter uma importância significativa, pela construção das identidades e a política da época.

Assentamentos fortificados tardo e pós-romanos no noroeste peninsular

Como sabemos graças aos estudos que temos feito, durante a segunda metade do século IV e durante todo o século V d.n.e. houve uma significativa ocupação e reocupação de assentamentos fortificados em altura. Ainda que este fenómeno foi comum em toda a península ibérica, parece que no caso do noroeste foi inclusive mais importante. Num trabalho recente onde fazemos uma recompilação deste tipo de locais, podemos ver que pelo menos 43 -e com segurança são mais- estiverom ocupados neste tempo. A nossa hipótese é que uma explicação para isto é precisamente a importância da identidade gerada pela delimitação administrativa da provincia romana da Gallaecia, bem como por outros fatores como a geografía e o desenvolvimento das elites tardo-romanas.

Em próximas entradas falaremos em particular destes contextos, sempre com a vista posta a desenvolver as hipóteses propostas e aprofundar num momento decisivo da configuração histórica e política do noroeste peninsular.

La materialidad de lo común: apuntes para una aproximación arqueológica a los comunales en el sur de Europa (II)

Este extracto forma parte do artigo «La materialidad de lo común: apuntes para una aproximación arqueológica a los comunales en el sur de Europa» escrito por Anna Maria Stagno e Carlos Tejerizo-García e que podedes ver completo nesta web: https://journals.openedition.org/mcv/15588

PAISAJES DE PRÁCTICAS Y PAISAJES DE DERECHOS: UN ENFOQUE JURISDICCIONAL A LA MATERIALIDAD DEL COMUNAL, ENTRE ARQUEOLOGÍA Y ECOLOGÍA HISTÓRICA

Desde una perspectiva teórico-metodológica, los distintos casos de estudio presentados aquí se fundamentan en la perspectiva jurisdiccional aplicada a la arqueología. Este enfoque tiene raíces en la arqueología de los recursos ambientales que se ha desarrollado en un largo dialogo con la historia social, sobre todo la vinculada con las corrientes de la micro-historia.

En un seminal trabajo de 1992 publicado como monográfico en la revista Quaderni Storici sobre «recursos colectivos», Diego Moreno y Osvaldo Raggio proponían centrar su estudio a partir de los pleitos, bajo una lectura cuyo foco central fueran los recursos ambientales y las prácticas de su gestión. Por otra parte, en este mismo trabajo, se preguntaban los autores cómo esta aproximación no había encontrado todavía una aplicación para su observación en el campo. Efectivamente, hace 30 años eran escasos los estudios arqueológicos que permitieran caracterizar las prácticas de gestión de los espacios comunales y posibilitar así un diálogo analítico con los historiadores sobre estos temas. Tres décadas después, consideramos que los avances desde una perspectiva jurídica han permitido ese diálogo.

Como es bien conocido, las sentencias derivadas de estos pleitos describen acciones concretas que implican actos de posesión sobre los distintos espacios y paisajes, como, por ejemplo, la construcción de cabañas (casoni, chozas…) o recintos (majadas), el traslado de ganado o rebaños, la corta de leña, el cultivo, etc. Todas estas acciones implican prácticas de trabajo y de posesión simultáneas cuyas huellas se pueden investigar arqueológicamente. Huellas que, en el caso de que se encuentren fuera de los propios asentamientos, pueden ser muy débiles y de difícil detección, como ocurre con algunos ecofactos, como la presencia de ciertas especies vegetales que visibilizan ciertas prácticas, los análisis polínicos y de palinomorfos no polínicos (NPPs en sus siglas en inglés) o las trazas de poda en los árboles. Sin embargo, en los últimos 30 años, los avances de la arqueología ambiental y en la ecología histórica han permitido llegar a un alto nivel de precisión a la hora de caracterizar estas débiles huellas materiales, al considerar no sólo las evidencias sepultadas y los artefactos, sino también las evidencias en la cubierta vegetal actual (ecofactos e indicator species). Considerar estas huellas en términos estratigráficos permite reconstruir no sólo las dinámicas y transformaciones en los usos de los espacios colectivos, sino también profundizar en el análisis de las formas de apropiación y de su duración, y desde allí leer arqueológicamente la conflictividad sobre los recursos colectivos, es decir, las diferentes formas de reivindicación de los derechos de acceso a los recursos y la construcción de nuevos derechos.

Esta base metodológica ha fundamentado los casos de estudio que se presentarán a continuación, realizados en contextos de investigación y geográficos distintos pero con la idea común de explorar la potencialidad de investigar la dimensión jurisdiccional de las prácticas colectivas. Estos ejemplos no tienen el objetivo de presentar una detallada batería de datos, sino de ofrecer algunas pinceladas sobre cómo, desde diferentes tipologías de evidencias (los asentamientos, los espacios productivos o la relación entre pastos y recursos hídricos) se puede abordar desde la materialidad esta dimensión jurisdiccional del espacio, y los aspectos particulares en los que una aproximación arqueológica permite desvelar la complejidad socioeconómica de estos espacios comunales.

Materializando a violencia da guerra do volframio nos montes de Casaio

Zona de Picota, co Teixadal de Casaio no fondo

Na preciosa novela de Raúl Guerra Garrido El año del wolfram, se presenta o seguinte diálogo entre José e o seu tío, don Ángel:

«-… Pero dime, ¿qué vas a hacer?, apenas haytrabajo en el pueblo, ¿tienes algún proyecto?

– Irme alwólfram.

– Ya. Debísuponerlo, es la fiebre, pero no sé si te conviene, a la peña sube lo peor de cada casa y con una pistola al cinto.

– Dicen que allí la gente gana el dinero a espuertas.

– Y se lo gasta, gastan dinero como si los billetes se fueran a pasar de moda. No sé si te conviene, es peligroso.»

Durante a chamada «guerra do volframio», a subida exponencial do prezo destemineral -utilizado, entre outros, para o armamento bélico- entre os anos 1942 e 1944 provocou unha reacción en cadea, lanzando a milleiros de persoas aos montes. O apelo deste mineral era moi forte nun contexto en que a fame estaba máis presente que as balas e tanques que combatían en Europa feitas co volframio. Familias enteiras que, como José, procuraron no ouro negro a solución aos difíciles momentos da posguerra civil. Xente como a nosa preciosa Graciana, entrevistada por nós no Barco de Valdeorras en 2018 e que tivo que ir ao monte coa súa familia:

Entrevistadora: ¿Por qué empezáis a ir al monte a buscar wólfram?

Graciana: ¿Por qué empezamos? ¿Por qué empezaríamos?

Entrevistadora: Cuéntamelo tú.

Graciana: Pa ganar dinero que no teníamos.

Estrutura escavada na Picota

Esta febre do volframio, de xeito moi similar ao episodio da febre do ouro do farwest americano, xerou un clima de violencia social en ocasións irrespirable. A fame é mala conselleira e provocaba disputas e pelexas polo control do territorio onde se atopaba o cobizado mineral. As armas, que xa tiveron o seu momento dourado durante a Guerra Civil, continuaron a formar parte da idiosincrasia destas sociedades marxinais no monte. Volvendo á novela de Guerra Garrido, nela descríbese unha destas asociacións espontáneas para a explotación do volframio: a «Brigada del Gas». Esta brigada, escribe Guerra Garrido:

«…venía a ser una sociedad cooperativa en la que participaban a partes iguales todos los vecinos de Oencia, el pueblo más próximo a la peña por la cara de poniente… A la izquierda el secretario chico, Pepín, el Gallego, le decíangallego porque no había nacido en la aldea sino en Calamocos… el chico tenía un nervio asesino, se limitóalrepiqueteo de sunavajacabritera de sietemuelles».

Unha navalla que sería utilizada en varias ocasións polo seu dono durante os encontros no monte, e no poucas veces feriu aos rapaces e rapazas que furaban os montes ata atopar a veta de seixo que podía conducir ao prezado volframio.

Durante o ano 2020, en plena «guerra do COVID», tivemos a oportunidade de escavar un chozo construído polos grupos de estraperlistas que se lanzaban cara ao monte na procura do volframio. Concretamente na zona de Casaio chamada a Picota, moi preta do coñecido Teixadal. Nesta zona pódense ver aínda as vetas de seixo onde estas persoas escarvaban para atopar o ouro negro. Herminia, a tía da nosa compañeira Laura, aínda lembra ir a esta zona na rebusca do volframio:

HERMINIA: Mira, cada vez que me acuerdo yo, dios. Y después, la Picota ya nada más. Íbamos a trabajar, cuando había, cuando había mineral menudo, íbamos pa lavarla.

LAURA: ¿Y en la Picota salía por fuera?

HERMINIA: No.

LAURA: ¿O había que picar, en la tierra?

HERMINIA: Iba así, iba así de chaflán, el filón entraba así, iba, no así hondo.

Navalla atopada no chozo de Picota

O chozo que escavamos contrasta moito coas casas dos traballadores das minas «oficiais». Chozos que son moi parecidos aos que puidemos escavar da guerrilla. Unha semellanza que non é casual, dado que ambos os dous son grupos temporais, de «cazadores-recolledores» poderiamos dicir, e por iso as súas construcións son precarias, aínda que prácticas para os labores que tiñan que facer. No chozo da Picota atopamos fogares, restos de comida e incluso mobiliario que mostra que, incluso nas condicións máis difíciles, o ser humano trata de conseguir a maior comodidade posible.

Herminia aínda lembra a inseguridade daqueles momentos. Podemos imaxinar que tamén había na zona da Picota unha «Brigada do Gas» que trataba, mediante a forza, obter o máximo proveito da actividade «para-legal» que era a procura do volframio. Un clima de violencia que tamén ten o seu reflexo material. Deste xeito, no chozo da Picota, atopamos un puñal de bastante calidade, como aquel que levaba Pepín na novela de Guerra Garrido. Unha testemuña muda da violencia e da inseguridade que foi o mundo de Herminia e de moita xente botada  aos montes pola febre do volframio. Un puñal que non sabemos se foi utilizado, pero que só a súa presenza sinala tempos nosen que o seu uso debía ser moi común. Unha materialización da violencia que fai visible a cara máis escura do noso pasado recente.

Contra la Edad Media como época oscura: «Gente de la Edad Media» de Robert Fossier

«»Nosotros, la gente de la Edad Media, sabemos todo es», era lo que un autor del siglo pasado ponía en boca de uno de sus personajes. Esta frase burlesca tenía por objetivo hacer reír a las personas cultas; pero ¿y las demás? Es decir, aquellas para quienes la «Edad Media» es una inmensa planicie de límites indeterminados, por donde la memoria colectiva hace que pululen reyes, monjes, caballeros, mercaderes, entre una catedral y un castillo con torreón, todos inmersos, hombres y mujeres, en una atmósfera de violencia, piedad y fiestas, una atmósfera oscurantista» (Robert Fossier, «Gente de la Edad Media»).

La Edad Media (en Europa Occidental) es una época tan sugerente como denostada. Al mismo tiempo que atrae poderosamente la imaginación de mucha gente con escenas de caballeros armados luchando en justas, conquistas y «re-conquistas» o enormes castillos llenos de secretos, también es una época utilizada como un referente negativo para situar un presente mucho más progresista y «mejor» que esa oscura Edad Media. No son pocas las veces que se utiliza el término «medieval» o «Edad Media» para decir que algo es atrasado, dogmático, tenebroso o catastrófico. Es conocida la escena de la película de Quentin Tarantino Pulp Fiction en la que Marcellus Wallace, tras ser violado por un policía ante la morbosa mirada de su compinche, dice que «practicaremos el medioevo con tu culo». Una versión extrema y homófoba de esta visión oscurantista sobre una época que, pobre de ella, no tiene la culpa de ser como es.

El origen de esta percepción sobre la Edad Media es bien conocida. En resumen, los intelectuales tanto de la Italia del Renacimiento como de la Francia del absolutismo buscaron marcar las diferencias del nuevo mundo que se abría ante ellos mediante la crítica visceral contra el viejo mundo que se moría. Concretamente, la primera vez que aparece la expresión «época oscura» en un escrito proviene del poeta florentino Francesco Petrarca, que decía que: «mi destino es vivir en medio de variadas y confusas tormentas. A ti, en cambio, si -como espera y desea mi alma- me sobrevives muchos años, te aguardan quizá tiempos mejores; este sopor de olvido no ha de durar eternamente. Disipadas las tinieblas, nuestros nietos podrán caminar de nuevo en el puro resplandor del pasado».

Palabras que trataban de cancelar desde el presente un pasado incómodo que debía ser superado mediante lo nuevo: la nueva cultura, la nueva ciencia, la nueva historia. El pasado, desde el punto de vista de esta intelligentsia post-medieval, era un lugar oscuro y terrorífico, irracional y atrasado. Es esta forma de ver la época medieval, lo que los anglosajones llaman la Dark Age, la época oscura. No sería hasta el siglo XIX, con el auge de los nacionalismos y el romanticismo centroeuropeo que la Edad Media recuperaría un poco de prestigio en tanto que el origen de los acervos nacionales y étnicos. Sin embargo, por mucho que el Romanticismo lanzara una mirada positiva hacia la época medieval, era precisamente por las mismas razones que los anteriores renacentistas la denostaban. Lo oscuro, la irracionalidad, la guerra, el valor… eran los forjadores del espíritu nacional que debía ser recuperado.

Es evidente que esta mirada sobre la Edad Media como época oscura tenía que ser criticada. A medida que avanzaba el conocimiento sobre este período, no fueron pocas las personas que entendieron que las dark ages no eran más que un estereotipo de una época vibrante, pero contradictoria. Entre estas, es posiblemente Robert Fossier quién mejor haya entendido la necesidad de desmontar el discurso de las épocas oscuras.

Robert Fossier (1927-2012) pasa por ser uno de los historiadores medievales más importantes del siglo XX y uno de los más destacados continuadores de la labor de la prestigiosa Escuela de los Annales fundada por Georges Duby, Marc Bloch o Lucien Febvre. Después de décadas de investigación sobre el período medieval, dejando libros clave como La infancia de Europa (1982) o La Edad Media (1988), y muy poco antes de su fallecimiento, Fossier escribió la que sería su última obra, Gentes de la Edad Media (2007). Un libro cuyo objetivo era, precisamente, combatir las miradas simplificadoras y oscurantistas sobre la Edad Media, haciendo de ella un mundo poblado por personas de carne y hueso, que se alimentaban, jugaban, trabajaban, hacían el amor o, incluso, defecaban. Un mundo real y mucho más parecido al nuestro de lo que en ocasiones querríamos reconocer. Un tiempo que, lejos de ser oscuro, tenía una luz propia pero alimentada por el mismo sol que nos alumbra hoy.

Gentes de la Edad Media es el punto de llegada de una trayectoria dedicada al estudio de un período fundamental de la historia, pero vista desde abajo, desde el día a día de las distintas personas que formaban la comunidad medieval. Un trabajo rompedor precisamente porque deconstruye y desmitifica un período mal llamado «oscuro» y en el que el propio índice es una declaración de intenciones de alejarnos del morbo medieval: «El hombre desnudo», «El paso del tiempo», «El cuerpo que hay que alimentar», «Los dos sexos frente a frente», «La casa»… son capítulos que nos acercan a un mundo desconocido pero reconocible; un espejo más que un espejismo en el que nos podemos ver reflejados… y aprender. Como dice el propio Fossier:

«Pero, cuando lo contemplamos en la vida cotidiana, hoy como ayer, el ser humano no es más que un mamífero bípedo que necesita oxígeno, agua, calcio y proteínas para sobrevivir en la parte emergida de una bola de hierro y níquel, recubierta de agua salada en las tres cuartas partes de su superficie y, en el resto, ocupada por un océano vegetal que pueblan miles de millones de otras especies. No es, en suma, más que un «animal humano»».

La materialidad de lo común: apuntes para una aproximación arqueológica a los comunales en el sur de Europa (I)

Este extracto forma parte do artigo «La materialidad de lo común: apuntes para una aproximación arqueológica a los comunales en el sur de Europa» escrito por Anna Maria Stagno e Carlos Tejerizo-García e que podedes ver completo nesta web: https://journals.openedition.org/mcv/15588

REIVINDICAR LA HISTORIA MATERIAL DE LOS COMUNALES

La pandemia de COVID de 2020 ha supuesto un auténtico revulsivo para todos los ámbitos de la sociedad, que incluyen el tradicional rol que jugaba el ámbito rural. Esta emergencia ha evidenciado, entre otras cuestiones, los riesgos asociados a la concentración de la población en los centros urbanos (promovida por las políticas públicas desde mediados del siglo xx) y está abriendo nuevos debates sobre nuevas formas de organización de los asentamientos en beneficio de un sistema de poblamiento más disperso, lo que abre nuevas posibilidades para las áreas rurales. Asimismo, esta situación de emergencia ha mostrado con más claridad las grandes diferencias entre los servicios sociales y asistenciales entre las áreas urbanas y rurales, dando nueva centralidad en el debate europeo a los temas de justicia territorial y de la necesidad de equilibrio entre centros y periferias. En palabras de S. Žižek: «There is no return to normal, the new «normal” will have to be constructed on the ruins of our old lives, or we will find ourselves in a new barbarism whose signs are already clearly discernible». Un punto de no retorno a partir del cual se están llevando a cabo reconsideraciones de gran calado, como la revaloración del mundo rural y de las economías de pequeña escala como una forma de combatir algunos de los peores efectos de la crisis sanitaria. Como apuntan tanto los organismos internacionales como la FAO o asociaciones como La Vía Campesina o el Movimiento sin Tierra de Brasil, ha sido precisamente en aquellos países y entornos donde prima la gestión colectiva de los espacios rurales los lugares en los que la crisis ha impactado de forma menos agresiva y donde se han podido activar respuestas colectivas de protección más efectivas; así, «son los sistemas campesinos de producción de alimentos los que están alimentando a la población y evitando la progresión generalizada del hambre durante esta pandemia». Una revalorización de la sostenibilidad del mundo rural sobre el que ya se ha venido llamando la atención en las últimas décadas, y que la COVID ha venido a apuntalar.

En este contexto, la gestión de los espacios comunales –en el sentido de los Common Pool Resources de E. Ostrom– y su análisis resultanpropuestas alternativas muy atractivas, como mostraría el éxito de algunas organizaciones y movimientos sociales (por ejemplo, iComunales o el ICCA Consortium). En las últimas décadas, estos espacios han ejercido un polo de atracción muy potente para distintas disciplinas a la hora no sólo de entender mejor el mundo rural contemporáneo en un sentido amplio, sino también para plantear alternativas viables a las crisis económicas y medioambientales consustanciales a la «supermodernidad» y el antropoceno.

Aunque el estudio de los que hoy en día está bajo la categoría de commons tenga una larga historia, es indudable que, desde los trabajos de Elinor Ostrom y con la creciente importancia de las temáticas ambientales en las ciencias sociales y humanas, la investigación de los comunales y de la gestión colectiva de los recursos ambientales en sus diversas formas ha ido en aumento, siendo actualmente un tema de gran pujanza en el ámbito de la economía, de la sociología o de la historia documental. Así, desde el punto de vista de la economía, se ha demostrado la sostenibilidad de la gestión de los Common Pool Resources, del mismo modo que la historia social ha explorado las razones de este éxito. Por su parte, ciertos estudios históricos y, desde diferentes perspectivas, la antropología han mostrado la importancia de estos espacios en la preservación de las sociedades rurales y de su medio, mientras que los sociólogos han profundizado en las dinámicas de su progresiva desaparición a lo largo de la última centuria, en relación a las políticas agrarias liberales. Finalmente, cabe destacar el papel de la ecología histórica y de la geografía a la hora de investigar las externalidades positivas de la gestión colectiva en la preservación de los paisajes culturales, como su papel en los procesos históricos de biodiversificación.

Hay que resaltar también la labor de los historiadores a la hora de explorar la dimensión social, jurídica y económica de los comunales a partir del estudio de los conflictos y sus dinámicas (las actas de posesión, el papel de las instituciones centrales en relación a los actores locales, los diferentes intereses entre los grupos sociales, etc.). Sin embargo, esta línea de trabajo no ha explorado con igual grado de intensidad las evidencias materiales en el centro del conflicto, como son los recursos ambientales y las modalidades de su gestión, el papel que ambas tienen dentro de los pleitos, y el significado de los conflictos dentro de las mismas estrategias de gestión de los recursos. Igualmente, aunque existe una cierta tradición de análisis arqueológicos en los espacios de montaña, no será hasta la segunda década del 2000 cuando se han llevado los primeros estudios de la cultura material vinculados a los espacios comunales tanto en el norte como en el sur de Europa. Una prometedora vía de trabajo que se ha intensificado en los últimos años en varios contextos europeos.

En línea con esta perspectiva, el objetivo principal de este trabajo es reivindicar el papel de la historia material de los espacios comunales, tanto en la larga duración como en los estudios de los procesos específicos, en cuanto que aporte imprescindible para sacar a la luz las complejas relaciones entre paisajes de derechos y prácticas, así como para comprender los mecanismos mediante los cuales las formas de gestión compartida de los recursos ambientales se mantuvieron o se abandonaron. Para ello utilizaremos tres casos de estudio, situados en Italia, País Vasco y Galicia, a través de los cuales se discutirá cómo la arqueología puede investigar la doble naturaleza de la practicas de gestión de los recursos ambientales, consistente en hechos técnicos y hechos jurídicos simultáneamente, y desde allí identificar los cambios en los derechos de acceso a las tierras colectivas.

El trabajo se dividirá en cuatro partes. En la primera, se realizarán algunas consideraciones generales de tipo metodológico que enmarquen el tipo de aproximación a los casos de estudio, que serán brevemente presentados en la segunda parte. En un tercer apartado, se realizará una discusión general sobre los resultados así como de las potencialidades, y los límites, de una aproximación arqueológica y multidisciplinar a los espacios comunales. Finalmente, se presentarán unas conclusiones sobre los potenciales retos del estudio arqueológico de los comunales en diálogo con los presentes problemas a los que nos enfrentamos como sociedad.

Materiais da guerra civil e represión, unha necesaria presencia nos museos

(Texto escrito por Francisco Alonso Toucido, Tempos Arqueológos)

A arqueoloxía tradicional adoitou centrarse en época e contextos vinculados ao mundo romano ou prehistórico, deixando nun primeiro momento aos períodos medievais e postmedievais nun segundo plano. A existencia dun maior número de documentación escrita para estes momentos fixo que se considerara erroneamente a súa arqueoloxía como pouco necesaria. O que non se tiña en conta dentro destas premisas é que as fontes documentais adoitan ser parciais e contar con omisións ou mencións intencionadas que fan complexa a súa crítica e aproveitamentos históricos. Mentres que a arqueoloxía a través da materialidade presenta un rexistro difícil de manipular, chegando a aspectos non recollidos na documentación ademais de preservar os materiais arqueolóxicos para a posteridade a través do seu estudo e depósito nos museos.

Se o anteriormente exposto acontecía para cronoloxías modernas e medievais, no estudo da Idade Contemporánea dende perspectiva arqueolóxica, queda moito por andar. No caso da memoria democrática, a proximidade cronolóxica deste momento provocou que se estudase dende unha perspectiva xornalística ou das ciencias políticas nun inicio, pero por sorte as ciencias históricas, nun primeiro momento a historia documental e posteriormente a historia da materialidade, é dicir a arqueoloxía.

No caso concreto da escavación de fosas de vítimas da represión do golpe de estado e franquismo o traballo arqueolóxico debe ser se cabe máis exhaustivo que nunha escavación ao uso, posto que estase a documentar o escenario dun crime. A tarefa é inxente posto que se conta cun grande número de vítimas desta represión, en torno a 150.000 persoas, en escenarios variados, cunetas, campo santos, lugares aleatorios, etc, en toda a península ibérica. Ata o ano 2021 o estado non se comprometeu en serio coa tarefa de recuperación destas vítimas dun golpe de estado, perpetrado por representantes militares dese mesmo estado e dunha ditadura que foi identificada como o propio estado español, sendo por tanto responsabilidade do mesmo a recuperación e dignificación das vítimas.

Ante a inacción oficial a obriga moral da recuperación foi asumida por familiares dos represaliados e diferentes asociacións de memoria histórica que, en moitos casos, ante a premura necesaria debido a escaseza de medios e ante a paulatina morte dos familiares inmediatos dos represaliados fillos, fillas, netos e netas primaban a recuperación dos corpos fronte a documentación e estudo dos mesmos e o seu contexto. En moitos casos os materiais arqueolóxicos que se constataban nestas escavacións foron ou ben entregados ás propias familias dos represaliados ou ben desbotados ante a non recollida dos mesmos polos museos arqueolóxicos. Estas accións non teñen en conta que a materialidade que se documenta nestes contextos son elementos de evidencia directa da represión, cargados de importancia histórica e por tanto deberían ser preservados para a posteridade. Para tal feito compre a súa catalogación como patrimonio arqueolóxico e a súa entrega aos museos encargados de preservar os materiais do pasado. E máis tendo en conta a escasa presencia nos museos ibéricos de materiais expostos que evidencien a represión das dúas ditaduras da pel de toro. A presenza das evidencias da guerra civil e ditadura de maneira común nos museos sería un paso máis de cara á normalidade política que toda democracia precisa.

Hidacio, bispo de Chaves, e a etnicidade como política

Como xa vimos no post dedicado a Tácito, para entender o papel específico que xogou a etnicidade nos momentos finais do Imperio Romano é imprescindible contextualizar a información que sobre os pobos xermánicos nos dan os seus protagonistas. No caso de Tácito, como comentamos, a información que dá sobre estes pobos está moi determinada non só polos patróns clásicos da etnoloxía, sobre todo de Plinio o Vello, senón tamén pola intención de Tácito de enxalzar a chegada ao poder de Traxano tras o réxime despótico de Domiciano. Deste xeito, a visión de Tácito sobre, por exemplo, os suevos, é unha imaxe moi xenérica e estereotipada, moi relacionada cos lugares comúns da etnoloxía romana.

Porén, se hai un personaxe histórico que viviu directamente o contacto con estes pobos xermánicos e deixou testemuño escrito, ese é Hidacio, cuxo Cronicón, grazas ao traballo de César Candelas Colodrón, temos traducido ao galego. Sobre a figura histórica de Hidacio temos moi pouca información. Non se sabe exactamente cando naceu, pero se calcula que pode ser entre o 388 e o 400 nunha cidade da comarca da Alta Limia. Cando era neno, fixo unha importante viaxe a Terra Santa, onde debeu coñecer a personaxes centrais do momento, como San Xerome, que impactou moito na súa obra posterior. Grazas á súa posición política e social, moi posiblemente vinculada coa familia do emperador romano Teodosio, conseguiu chegar a ser bispo de Chaves. Neste momento histórico, os bispos gañan moito poder político sobre as comunidades locais, o que implicou que Hidacio ocupase un posto de relevancia no contexto político do noroeste. Así, nun momento caracterizado pola desintegración do Imperio Romano e a emerxencia do reino Suevo, Hidacio preséntase como un dos intermediarios e diplomáticos máis importantes entre as antigas aristocracias romanas e os novos axentes políticos suevos. Deste xeito, para entender tanto a figura de Hidacio como o relato do seu Cronicón, é fundamental contextualizalo cos seus intereses políticos e sociais. Como di César Candelas Colodrón: «Hidacio exercerá o seu poder como un home de clase. Esa consciencia de pertenza a un grupo social privilexiado e interesado na mudanza das circunstancias guiará os seus pasos nunha actuación cunha finalidade que non é outra que a salvagarda dos seus intereses e os dos seus».

Pouco se sabe da escrita efectiva do Cronicón, pero autores como Pablo Cruz Díaz pensan que a súa redacción debeu comezar xa avanzado o século V d.n.e. A derradeira entrada no Cronicón data de 468, ano no que debeu morrer o bispo de Chaves. O libro consigna os eventos máis importantes de cada ano, con especial incidencia ao que sucede na provincia de Gallaecia, onde vive o bispo. Como é evidente, o maior peso da obra é a descrición dos problemas políticos no noroeste coa entrada dos suevos, vándalos e alanos no ano 409 e a súa instalación no ano 411, e, posteriormente a emerxencia política do estado suevo. Unha das particularidades da obra é a importancia que lle dá Hidacio aos fenómenos e milagros naturais, o que foi lido como unha reminiscencia das crenzas pagás. Precisamente, a derradeira entrada no seu Cronicón di que:

A penas uns meses despois, preto o devandito municipio, caeu do ceo un determinado tipo de grans tan verdes coma a herba, con forma de lentella e moi amargos. E outras cousas asombrosas que serían moi longas de contar.

A comparación do tratamento dos suevos como pobo que fai Hidacio con outros autores como Tácito é interesante. Mentres que para Tácito xentes como os suevos son vistas desde a distancia e con vaguidade, para Tácito son xente moi presente e real. O obxectivo de Hidacio non é facer unha descrición etnolóxica sobre eles, senón describir o que considera son os males que estas xentes fan ao antiga orde establecida. A súa intención é deixar constancia dos avatares do seu tempo, sempre desde a mirada de alguén que ve perdida a virtude no presente fronte a un pasado romántico. É por iso que os suevos aparecen sobre todo na súa faceta militar, como axentes do caos e do mal. No Cronicón, os suevos basicamente provocan ataques e saqueos, desestabilizando a antiga orde imperial. Porén, Hidacio tamén presenta a importante faceta política dos suevos, elites militares que acaban por formar un poder político estable co que o mesmo Hidacio ten que negociar. Lonxe de ser unha etnia pechada, os suevos de Hidacio son un grupo de presión militar e política produto da fin do Imperio Romano en Occidente.

Os principios da estratigrafía de harris. A base científica da arqueoloxía

Neste blog non nos cansaremos de dicir e reivindicar a arqueoloxía como unha ciencia da Historia. A materialidade, isto é, todos os obxectos, espazos ou paisaxes utilizadas polas sociedades do pasado, permite que hoxe podamos achegarnos a estas e comprendelas mellor. Ata hai ben pouco, e aínda hoxe, moita xente entende a arqueoloxía de xeito subalterno, como unha disciplina auxiliar da verdadeira historia, aquela que se fai cos documentos. Porén, desde os anos 50, as especialistas en arqueoloxía reivindicaron a súa capacidade para lograr coñecementos autónomos, á marxe da documentación escrita. Isto foi posible grazas a dúas ferramentas esenciais para facer da arqueoloxía unha ciencia con personalidade propia: o carbono 14 (do que xa falaremos noutro post) e os principios da estratigrafía. Hoxe tentaremos explicar a segunda.

Realmente a estratigrafía é un método que provén da xeoloxía e baséase na idea lóxica de que un estrato, ou nivel de terra, que está por debaixo doutro necesariamente ten que ser máis antigo. Isto, que parece unha parvada, foi esencial para poder determinar a lonxevidade real do planeta Terra, e poñer en cuestión o relato bíblico mediante o estudo dos fósiles atopados nestes estratos. Porén, non foi ata moito despois destes primeiros achados que a arqueoloxía entende a potencialidade do uso da estratigrafía para traballar coa materialidade. Desde os inicios do século XX este método foi utilizado na arqueoloxía, ata que, en 1973, o arqueólogo británico Edward C. Harris sistematizou o seu uso no libro «Principios da estratigrafía arqueolóxica». Neste libro, Harris sintetizou os principios da estratigrafía en catro leis.

Exemplo de Harris Matrix

A primeira destas leis chámase a «lei de superposición», e é básicamente unha copia do principio xeolóxico de que un estrato por debaixo doutro é máis antigo. Isto, por básico, é moi importante, xa que permite facer secuencias relativas nos xacementos. O que é interesante desta lei é que inclúe non só os estratos, senón tamén os materiais que hai neles. Así, todos os materiais que están nun estrato por debaixo daqueles que están noutro son, necesariamente, máis antigos.

A segunda lei definida por Harris chámase a «lei da horizontalidade orixinal». Esta lei di que, se non hai nada que interfiera na deposición dun estrato, este o fará horizontalmente ou, no seu caso, adaptándose aos estratos anteriores. Isto implica que cando escavamos e atopamos un estrato inclinado é porque se adapta ao que ten debaixo. Un exemplo importante disto é cando hai un muro, xa que o estrato por riba se adapta e pode avisar da súa existencia.

A tercera lei é quizais a máis significativa para as escavacións arqueolóxicas. Esta lei chámase «lei da continuidade orixinal», e di que todo estrato, se está completo, disminuirá progresivamente polos seus lados ata rematar. Deste xeito, se atopamos un estrato que está interrompido, hai que explicalo. Por exemplo, se nun estrato algúen fixo un burato para poñer un muro, isto verase reflectido nese estrato, esportelado polo burato. Isto é moi útil para entender certos procesos que ocorren no xacemento, e axuda a seguir a escavación estratigraficamente en función das relacións entre os estratos.

Exemplo de Matrix Harris do xacemento e Valencia do Sil (Vilamartín de Valdeorras, Ourense)

Unha das achegas máis significativas do trabalo de Harris foi a coñecida como «matrix Harris». Esta é unha representación esquemática da secuencia estratigráfica do xacemento a través de colocar os distintos estratos documentados na súa secuencia relativa. Deste xeito, temos un resumo da historia dos xacementos a través das actividades que implican os distintos estratos. Estas matrices son a consecuencia lóxica da cuarta lei de Harris, que se chama «lei de sucesión estratigráfica», e que di que un estrato ocupa o seu lugar determinado na secuencia entre as que son máis modernas e as máis antigas. Aínda que pareza mentira, nestas matrices gastamos moitísimo tempo e esforzo, pero paga a pena pola axuda que ofrece para interpretar os xacementos.

Grazas á estratigrafía, a arqueoloxía pode ser unha ciencia, no sentido de que pode sacar coñecemento sobre as sociedades do pasado a través dos obxectos, paisaxes e estratos que nos deixaron.

«El año del wólfram» de Raúl Guerra Garrido

«Es wólfram», dijo el teniente. Eloy repitió la palabra, «¿wólfram?», recordaba eso y poco más, la escena fue demasiado rápida, si acaso otros dos momentos, cuando el semiembozado se abrió la gabardina como un exhibicionista, «bueno, si queréis saco el trabuco», en realidad una escopeta de cañones recortados, y cuando él empuñó la piedra ciego de ira. Así empezó lo del Seo.

La guerra del wolframio (1942-1953) no ha sido un tema excesivamente recurrente en la literatura española. De hecho, salvo contadas excepciones (incluida la reciente novela O exército de fume de Manuel Gago), se podría decir que «El año del wolfram» de Raúl Guerra Garrido es la única novela que ha tratado directamente este conflicto. Publicada en 1984 y ganadora del Premio Planeta de ese año, esta novela supuso la consolidación del escritor madrileño (pero de espíritu berciano) tras publicar Lectura insólita del Capital, ganadora en 1976 del Premio Nadal. Dos novelas que ya se han convertido en clásicos de la literatura contemporánea en lengua castellana.

Mapa con la distribución mundial de wolfram

La novela traza las historias de varios personajes que se ven involucrados en el conflicto sobre el wólfram en la primavera de 1945, en los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que, si bien no fue el más agudo de la guerra del wolframio, supuso un período de gran movimiento en las montañas del noroeste peninsular. Personajes de gran realismo que incluyen a José Expósito, un combatiente de la Guerra Civil que se escapa de un destacamento penal franquista y regresa a su tierra para probar suerte en la búsqueda del wolframio; o a Ángel Sernández, un boticario de Ponferrada, tío adoptivo de José que, tras una inteligencia desmedida, esconde un pasado lleno de secretos oscuros; o William White, un trasunto del espía escocés Alexander Easton, cuya misión es comprar todo el wolfram posible. Personajes que transitan en un contexto de posguerra en el que también se desarrollo otro conflicto, el de la guerrilla antifranquista, sin el cual no se podría entender la guerra del wolframio.

Uno de los aspectos mejor logrados de la novela es sin duda la ambientación desoladora de posguerra civil. Un clima de violencia física y psicológica en el que toda la sociedad se ve envuelta. Y en este ambiente de desesperación y caos, la guerra del wolframio se convierte en una esperanza desesperada que canaliza toda esta frustración; una posibilidad cierta para salir de la pobreza y de la violencia. Así, en el clímax de esta guerra del wolframio, en el momento en el que todas las partes involucradas en la Segunda Guerra Mundial se lanzaron a comprar el preciado mineral, elevando los precios a límites insospechados. La Peña del Seo se convirtió de esta forma en el centro del mundo conocido:

La peña pasó de una soledad lunar al trajín de un hormiguero, hasta por la noche las luces de carburos y linternas no cesaban en sus guiños, como si la Santa Compaña también se hubiera decidido a participar en la faena, donde los hombres picaban, los niños hacían el rebusco, y en los dobles restos áridos resultantes las mujeres ensayaban el lavado con palangana, siempre quedaban sobre el latón granos opacos, negros, pesados, más rentables que el jornal a que por otra parte no tenían acceso.

Zona de la Picota (Casaio). Campamentos de estraperlistas o rebuscadores.

Así, José Expósito y su compañero de viajes, Jovino, un violento ex-militar, marchan a las peñas del Seo para seguir el rastro del wolfram, perseguidos por una mafia local, «Los del Gas», que tratan de monopolizar la extracción ilegal del mineral. Siguiendo la pista de una leyenda contada por la abuela de José relativa a tres cofres, marchan hacia las peligrosas montañas arriesgando su vida, porque la posibilidad de morir es más atractiva que enfrentarse al mundo de la posguerra. El año del wólfram supone así un retrato muy realista, pero al mismo tiempo muy profundo, de una sociedad desmantelada que pugna por resurgir de un trauma mediante la violencia.

Como ya comentaremos en otros posts, esta novela supone también un retrato muy acertado desde el punto de vista arqueológico. Gracias a nuestros trabajos en el entorno de Casaio hemos podido profundizar en este mundo de violencia vinculado al wolframio. Por el momento, dejamos una última referencia de la novela que habla sobre la mina de Valborraz, uno de los ejes centrales de nuestro proyecto como también lo es de la novela de Guerra Garrido. Como se puede leer en la novela:

Las minas de los alemanes estaban por encima del pueblo de Casayo. En el único edificio de piedra y con luz eléctrica, oficina, depósito de mineral y taller de reparaciones, en la mesa de su breve despacho, Helmut Monssen meditaba geopolíticamente, las minas están en casa de Dios, dicen los nativos, y es en lo único que aciertan.

«Ven y mira», la Segunda Guerra Mundial en el cine tardosoviético

La Segunda Guerra Mundial fue un episodio muy traumático para el continente euroasiático. Millones de muertos, ciudades devastadas y una población rural que tuvo que sobrevivir malamente durante años tras un conflicto que dejó arrasados los campos. Un período de gran violencia seguido de otro también violento, si bien desde coordenadas distintas, como bien demostró Keith Lowe en su maravilloso estudio que reseñamos en este blog hace un tiempo. Episodios traumáticos pero que también supusieron un momento de reivindicación para muchas de las naciones que participaron en ella. Un ejemplo sería Francia, en la que la figura de Charles de Gaulle se identificó rápidamente -y quizá también exageradamente- con la liberación del país galo del yugo de los nazis. Pero sin duda, el país que más reivindicó, y con razón, su papel en la Segunda Guerra Mundial fue la Unión Soviética. No en vano llamaron a este conflicto la «Gran Guerra Patriótica». Si bien la URSS fue el país más castigado por la Segunda Guerra Mundial, sólo comparable a la propia Alemania o a Polonia, su victoria sobre el nazismo sirvió para la consolidación de su identidad y de su estrategia geopolítica a nivel mundial. Celebraciones, conmemoraciones y memoriales son testigos ubicuos de esto.

En el 40 aniversario de la victoria en la Gran Guerra Patriótica, el estado soviético quería financiar una película que conmemorase el evento. Las productoras Mosfilm y Belarusfilm contrataron al director Elem Klímov quien, junto a Alés Adamóvich, escribieron un guion que finalmente sería Idzi i hlyadzi; Ven y mira (también traducida como Masacre: ven y mira), película que fue estrenada recientemente en la plataforma Filmin. Estrenada en 1985, la película relata las andanzas de un pequeño campesino de Bielorrusia, Flyora Gaishun, que ante la ocupación nazi del país decide unirse a los partisanos comandamos por el mítico guerrillero Kosach. Tras pasar un tiempo de entrenamiento, Flyora desea entrar en combate, pero Kosach le impide marchar a una operación de ataque. En su vuelta al campamento, es atacado por las fuerzas alemanas, por lo que decide volver a su aldea natal, descubriendo que su familia ha sido asesinada y que el resto se ha refugiado en una isla en medio de un pantano. Un pequeño grupo, Flyora entre ellos, decide ir a buscar comida -acompañados de un monigote de Hitler hecho con una calavera humana real-. De nuevo, son atacados por las fuerzas nazis y Flyora se ve envuelto en la destrucción de una aldea. Una terrible masacre que incluyó la quema de todos los habitantes dentro de la iglesia del pueblo.

Ven y Mira está basada en hechos históricos reales. La ocupación nazi de Bielorrusia fue especialmente sangrienta, que incluyó la destrucción y quema de centenas de aldeas y el asesinato de miles de campesinos bielorrusos. De hecho, los eventos principales de la película están basados en la masacre de Khatyn -no confundir con la masacre de oficiales polacos de Katyn-, una aldea que fue reducida a cenizas el 22 de marzo de 1943 por el 118º batallón nazi, compuesto fundamentalmente por colaboradores ucranianos. de 156 habitantes, únicamente ocho sobrevivieron. El objetivo de la película era retratar de forma cruda, real y sin tintes épicos la crueldad de la guerra. En palabras del director:

El 40 aniversario de la Gran Victoria se acercaba y la administración quería algo típico. Yo había estado leyendo y releyendo el libro Soy de la aldea quemada, que consistía en los relatos de primera mano de las personas que milagrosamente sobrevivieron a los horrores del genocidio fascista en Bielorrusia. Muchos de ellos todavía estaban vivos entonces y los bielorrusos lograron grabar algunos de sus recuerdos en una placa. Nunca olvidaré la cara y los ojos de un campesino y su recuerdo silencioso sobre cómo todo su pueblo había sido hacinado en una iglesia y cómo justo antes de que fueran a ser quemados, un oficial del Sonderkommando les ofreció: «Quien no tenga hijos se puede ir». Y él no pudo soportarlo; se fue y dejó atrás a su esposa y niños pequeños… O sobre cómo otro pueblo fue quemado: los adultos fueron conducidos a un granero, pero los niños se quedaron atrás. Y más tarde, los hombres borrachos fueron rodeados por perros pastores y dejaron que los perros destrozasen a los niños en pedazos.

Luego pensé: el mundo no sabe nada de Khatyn. Sí que conocen Katyn, sobre la masacre de los oficiales polacos que tuvo lugar allí. Pero ellos no saben nada de Bielorrusia, a pesar de que más de 600 aldeas fueron quemadas aquí […].

Entendí que sería una película muy brutal y, probablemente, la gente no sería capaz de verla. Hablé de esto con el coautor del guion, el escritor Alés Adamóvich, pero él respondió: «Pues que no la vean. Esto es algo que debemos dejar como legado, como evidencia de la guerra y como un alegato en favor de la paz».

La película fue polémica incluso dentro de la Unión Soviética. De hecho, el Comité Estatal de Cinematografía soviética detuvo la producción por no estar de acuerdo con el guion. La película era demasiado naturalista y poco comprometida con el pasado soviético. Sin embargo, se logró superar la censura y la película pudo ver la luz tal y como Klímov quería que fuera, convirtiéndose en un referente cinematográfico mundial. 1985 no eran los años 40 o 50 y la sociedad soviética ya no tenía la misma relación de identidad con respecto a su pasado. La Gran Guerra Patriótica ya no era ese episodio épico, sino una cruel realidad en la que millones de personas se dejaron la vida combatiendo el nazismo y otro tanto fue parte de los daños colaterales de esa guerra. Ven y mira no deja de ser una mirada heroica, pero cruel, de aquellos eventos, vistos desde el punto de vista de un niño que, incluso físicamente, se ve transformado por el horror de la guerra. Una obra maestra del cine.