
«Es wólfram», dijo el teniente. Eloy repitió la palabra, «¿wólfram?», recordaba eso y poco más, la escena fue demasiado rápida, si acaso otros dos momentos, cuando el semiembozado se abrió la gabardina como un exhibicionista, «bueno, si queréis saco el trabuco», en realidad una escopeta de cañones recortados, y cuando él empuñó la piedra ciego de ira. Así empezó lo del Seo.
La guerra del wolframio (1942-1953) no ha sido un tema excesivamente recurrente en la literatura española. De hecho, salvo contadas excepciones (incluida la reciente novela O exército de fume de Manuel Gago), se podría decir que «El año del wolfram» de Raúl Guerra Garrido es la única novela que ha tratado directamente este conflicto. Publicada en 1984 y ganadora del Premio Planeta de ese año, esta novela supuso la consolidación del escritor madrileño (pero de espíritu berciano) tras publicar Lectura insólita del Capital, ganadora en 1976 del Premio Nadal. Dos novelas que ya se han convertido en clásicos de la literatura contemporánea en lengua castellana.

La novela traza las historias de varios personajes que se ven involucrados en el conflicto sobre el wólfram en la primavera de 1945, en los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que, si bien no fue el más agudo de la guerra del wolframio, supuso un período de gran movimiento en las montañas del noroeste peninsular. Personajes de gran realismo que incluyen a José Expósito, un combatiente de la Guerra Civil que se escapa de un destacamento penal franquista y regresa a su tierra para probar suerte en la búsqueda del wolframio; o a Ángel Sernández, un boticario de Ponferrada, tío adoptivo de José que, tras una inteligencia desmedida, esconde un pasado lleno de secretos oscuros; o William White, un trasunto del espía escocés Alexander Easton, cuya misión es comprar todo el wolfram posible. Personajes que transitan en un contexto de posguerra en el que también se desarrollo otro conflicto, el de la guerrilla antifranquista, sin el cual no se podría entender la guerra del wolframio.
Uno de los aspectos mejor logrados de la novela es sin duda la ambientación desoladora de posguerra civil. Un clima de violencia física y psicológica en el que toda la sociedad se ve envuelta. Y en este ambiente de desesperación y caos, la guerra del wolframio se convierte en una esperanza desesperada que canaliza toda esta frustración; una posibilidad cierta para salir de la pobreza y de la violencia. Así, en el clímax de esta guerra del wolframio, en el momento en el que todas las partes involucradas en la Segunda Guerra Mundial se lanzaron a comprar el preciado mineral, elevando los precios a límites insospechados. La Peña del Seo se convirtió de esta forma en el centro del mundo conocido:
La peña pasó de una soledad lunar al trajín de un hormiguero, hasta por la noche las luces de carburos y linternas no cesaban en sus guiños, como si la Santa Compaña también se hubiera decidido a participar en la faena, donde los hombres picaban, los niños hacían el rebusco, y en los dobles restos áridos resultantes las mujeres ensayaban el lavado con palangana, siempre quedaban sobre el latón granos opacos, negros, pesados, más rentables que el jornal a que por otra parte no tenían acceso.

Así, José Expósito y su compañero de viajes, Jovino, un violento ex-militar, marchan a las peñas del Seo para seguir el rastro del wolfram, perseguidos por una mafia local, «Los del Gas», que tratan de monopolizar la extracción ilegal del mineral. Siguiendo la pista de una leyenda contada por la abuela de José relativa a tres cofres, marchan hacia las peligrosas montañas arriesgando su vida, porque la posibilidad de morir es más atractiva que enfrentarse al mundo de la posguerra. El año del wólfram supone así un retrato muy realista, pero al mismo tiempo muy profundo, de una sociedad desmantelada que pugna por resurgir de un trauma mediante la violencia.
Como ya comentaremos en otros posts, esta novela supone también un retrato muy acertado desde el punto de vista arqueológico. Gracias a nuestros trabajos en el entorno de Casaio hemos podido profundizar en este mundo de violencia vinculado al wolframio. Por el momento, dejamos una última referencia de la novela que habla sobre la mina de Valborraz, uno de los ejes centrales de nuestro proyecto como también lo es de la novela de Guerra Garrido. Como se puede leer en la novela:
Las minas de los alemanes estaban por encima del pueblo de Casayo. En el único edificio de piedra y con luz eléctrica, oficina, depósito de mineral y taller de reparaciones, en la mesa de su breve despacho, Helmut Monssen meditaba geopolíticamente, las minas están en casa de Dios, dicen los nativos, y es en lo único que aciertan.