Contra la Edad Media como época oscura: «Gente de la Edad Media» de Robert Fossier

«»Nosotros, la gente de la Edad Media, sabemos todo es», era lo que un autor del siglo pasado ponía en boca de uno de sus personajes. Esta frase burlesca tenía por objetivo hacer reír a las personas cultas; pero ¿y las demás? Es decir, aquellas para quienes la «Edad Media» es una inmensa planicie de límites indeterminados, por donde la memoria colectiva hace que pululen reyes, monjes, caballeros, mercaderes, entre una catedral y un castillo con torreón, todos inmersos, hombres y mujeres, en una atmósfera de violencia, piedad y fiestas, una atmósfera oscurantista» (Robert Fossier, «Gente de la Edad Media»).

La Edad Media (en Europa Occidental) es una época tan sugerente como denostada. Al mismo tiempo que atrae poderosamente la imaginación de mucha gente con escenas de caballeros armados luchando en justas, conquistas y «re-conquistas» o enormes castillos llenos de secretos, también es una época utilizada como un referente negativo para situar un presente mucho más progresista y «mejor» que esa oscura Edad Media. No son pocas las veces que se utiliza el término «medieval» o «Edad Media» para decir que algo es atrasado, dogmático, tenebroso o catastrófico. Es conocida la escena de la película de Quentin Tarantino Pulp Fiction en la que Marcellus Wallace, tras ser violado por un policía ante la morbosa mirada de su compinche, dice que «practicaremos el medioevo con tu culo». Una versión extrema y homófoba de esta visión oscurantista sobre una época que, pobre de ella, no tiene la culpa de ser como es.

El origen de esta percepción sobre la Edad Media es bien conocida. En resumen, los intelectuales tanto de la Italia del Renacimiento como de la Francia del absolutismo buscaron marcar las diferencias del nuevo mundo que se abría ante ellos mediante la crítica visceral contra el viejo mundo que se moría. Concretamente, la primera vez que aparece la expresión «época oscura» en un escrito proviene del poeta florentino Francesco Petrarca, que decía que: «mi destino es vivir en medio de variadas y confusas tormentas. A ti, en cambio, si -como espera y desea mi alma- me sobrevives muchos años, te aguardan quizá tiempos mejores; este sopor de olvido no ha de durar eternamente. Disipadas las tinieblas, nuestros nietos podrán caminar de nuevo en el puro resplandor del pasado».

Palabras que trataban de cancelar desde el presente un pasado incómodo que debía ser superado mediante lo nuevo: la nueva cultura, la nueva ciencia, la nueva historia. El pasado, desde el punto de vista de esta intelligentsia post-medieval, era un lugar oscuro y terrorífico, irracional y atrasado. Es esta forma de ver la época medieval, lo que los anglosajones llaman la Dark Age, la época oscura. No sería hasta el siglo XIX, con el auge de los nacionalismos y el romanticismo centroeuropeo que la Edad Media recuperaría un poco de prestigio en tanto que el origen de los acervos nacionales y étnicos. Sin embargo, por mucho que el Romanticismo lanzara una mirada positiva hacia la época medieval, era precisamente por las mismas razones que los anteriores renacentistas la denostaban. Lo oscuro, la irracionalidad, la guerra, el valor… eran los forjadores del espíritu nacional que debía ser recuperado.

Es evidente que esta mirada sobre la Edad Media como época oscura tenía que ser criticada. A medida que avanzaba el conocimiento sobre este período, no fueron pocas las personas que entendieron que las dark ages no eran más que un estereotipo de una época vibrante, pero contradictoria. Entre estas, es posiblemente Robert Fossier quién mejor haya entendido la necesidad de desmontar el discurso de las épocas oscuras.

Robert Fossier (1927-2012) pasa por ser uno de los historiadores medievales más importantes del siglo XX y uno de los más destacados continuadores de la labor de la prestigiosa Escuela de los Annales fundada por Georges Duby, Marc Bloch o Lucien Febvre. Después de décadas de investigación sobre el período medieval, dejando libros clave como La infancia de Europa (1982) o La Edad Media (1988), y muy poco antes de su fallecimiento, Fossier escribió la que sería su última obra, Gentes de la Edad Media (2007). Un libro cuyo objetivo era, precisamente, combatir las miradas simplificadoras y oscurantistas sobre la Edad Media, haciendo de ella un mundo poblado por personas de carne y hueso, que se alimentaban, jugaban, trabajaban, hacían el amor o, incluso, defecaban. Un mundo real y mucho más parecido al nuestro de lo que en ocasiones querríamos reconocer. Un tiempo que, lejos de ser oscuro, tenía una luz propia pero alimentada por el mismo sol que nos alumbra hoy.

Gentes de la Edad Media es el punto de llegada de una trayectoria dedicada al estudio de un período fundamental de la historia, pero vista desde abajo, desde el día a día de las distintas personas que formaban la comunidad medieval. Un trabajo rompedor precisamente porque deconstruye y desmitifica un período mal llamado «oscuro» y en el que el propio índice es una declaración de intenciones de alejarnos del morbo medieval: «El hombre desnudo», «El paso del tiempo», «El cuerpo que hay que alimentar», «Los dos sexos frente a frente», «La casa»… son capítulos que nos acercan a un mundo desconocido pero reconocible; un espejo más que un espejismo en el que nos podemos ver reflejados… y aprender. Como dice el propio Fossier:

«Pero, cuando lo contemplamos en la vida cotidiana, hoy como ayer, el ser humano no es más que un mamífero bípedo que necesita oxígeno, agua, calcio y proteínas para sobrevivir en la parte emergida de una bola de hierro y níquel, recubierta de agua salada en las tres cuartas partes de su superficie y, en el resto, ocupada por un océano vegetal que pueblan miles de millones de otras especies. No es, en suma, más que un «animal humano»».

«El año del wólfram» de Raúl Guerra Garrido

«Es wólfram», dijo el teniente. Eloy repitió la palabra, «¿wólfram?», recordaba eso y poco más, la escena fue demasiado rápida, si acaso otros dos momentos, cuando el semiembozado se abrió la gabardina como un exhibicionista, «bueno, si queréis saco el trabuco», en realidad una escopeta de cañones recortados, y cuando él empuñó la piedra ciego de ira. Así empezó lo del Seo.

La guerra del wolframio (1942-1953) no ha sido un tema excesivamente recurrente en la literatura española. De hecho, salvo contadas excepciones (incluida la reciente novela O exército de fume de Manuel Gago), se podría decir que «El año del wolfram» de Raúl Guerra Garrido es la única novela que ha tratado directamente este conflicto. Publicada en 1984 y ganadora del Premio Planeta de ese año, esta novela supuso la consolidación del escritor madrileño (pero de espíritu berciano) tras publicar Lectura insólita del Capital, ganadora en 1976 del Premio Nadal. Dos novelas que ya se han convertido en clásicos de la literatura contemporánea en lengua castellana.

Mapa con la distribución mundial de wolfram

La novela traza las historias de varios personajes que se ven involucrados en el conflicto sobre el wólfram en la primavera de 1945, en los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que, si bien no fue el más agudo de la guerra del wolframio, supuso un período de gran movimiento en las montañas del noroeste peninsular. Personajes de gran realismo que incluyen a José Expósito, un combatiente de la Guerra Civil que se escapa de un destacamento penal franquista y regresa a su tierra para probar suerte en la búsqueda del wolframio; o a Ángel Sernández, un boticario de Ponferrada, tío adoptivo de José que, tras una inteligencia desmedida, esconde un pasado lleno de secretos oscuros; o William White, un trasunto del espía escocés Alexander Easton, cuya misión es comprar todo el wolfram posible. Personajes que transitan en un contexto de posguerra en el que también se desarrollo otro conflicto, el de la guerrilla antifranquista, sin el cual no se podría entender la guerra del wolframio.

Uno de los aspectos mejor logrados de la novela es sin duda la ambientación desoladora de posguerra civil. Un clima de violencia física y psicológica en el que toda la sociedad se ve envuelta. Y en este ambiente de desesperación y caos, la guerra del wolframio se convierte en una esperanza desesperada que canaliza toda esta frustración; una posibilidad cierta para salir de la pobreza y de la violencia. Así, en el clímax de esta guerra del wolframio, en el momento en el que todas las partes involucradas en la Segunda Guerra Mundial se lanzaron a comprar el preciado mineral, elevando los precios a límites insospechados. La Peña del Seo se convirtió de esta forma en el centro del mundo conocido:

La peña pasó de una soledad lunar al trajín de un hormiguero, hasta por la noche las luces de carburos y linternas no cesaban en sus guiños, como si la Santa Compaña también se hubiera decidido a participar en la faena, donde los hombres picaban, los niños hacían el rebusco, y en los dobles restos áridos resultantes las mujeres ensayaban el lavado con palangana, siempre quedaban sobre el latón granos opacos, negros, pesados, más rentables que el jornal a que por otra parte no tenían acceso.

Zona de la Picota (Casaio). Campamentos de estraperlistas o rebuscadores.

Así, José Expósito y su compañero de viajes, Jovino, un violento ex-militar, marchan a las peñas del Seo para seguir el rastro del wolfram, perseguidos por una mafia local, «Los del Gas», que tratan de monopolizar la extracción ilegal del mineral. Siguiendo la pista de una leyenda contada por la abuela de José relativa a tres cofres, marchan hacia las peligrosas montañas arriesgando su vida, porque la posibilidad de morir es más atractiva que enfrentarse al mundo de la posguerra. El año del wólfram supone así un retrato muy realista, pero al mismo tiempo muy profundo, de una sociedad desmantelada que pugna por resurgir de un trauma mediante la violencia.

Como ya comentaremos en otros posts, esta novela supone también un retrato muy acertado desde el punto de vista arqueológico. Gracias a nuestros trabajos en el entorno de Casaio hemos podido profundizar en este mundo de violencia vinculado al wolframio. Por el momento, dejamos una última referencia de la novela que habla sobre la mina de Valborraz, uno de los ejes centrales de nuestro proyecto como también lo es de la novela de Guerra Garrido. Como se puede leer en la novela:

Las minas de los alemanes estaban por encima del pueblo de Casayo. En el único edificio de piedra y con luz eléctrica, oficina, depósito de mineral y taller de reparaciones, en la mesa de su breve despacho, Helmut Monssen meditaba geopolíticamente, las minas están en casa de Dios, dicen los nativos, y es en lo único que aciertan.

«Ven y mira», la Segunda Guerra Mundial en el cine tardosoviético

La Segunda Guerra Mundial fue un episodio muy traumático para el continente euroasiático. Millones de muertos, ciudades devastadas y una población rural que tuvo que sobrevivir malamente durante años tras un conflicto que dejó arrasados los campos. Un período de gran violencia seguido de otro también violento, si bien desde coordenadas distintas, como bien demostró Keith Lowe en su maravilloso estudio que reseñamos en este blog hace un tiempo. Episodios traumáticos pero que también supusieron un momento de reivindicación para muchas de las naciones que participaron en ella. Un ejemplo sería Francia, en la que la figura de Charles de Gaulle se identificó rápidamente -y quizá también exageradamente- con la liberación del país galo del yugo de los nazis. Pero sin duda, el país que más reivindicó, y con razón, su papel en la Segunda Guerra Mundial fue la Unión Soviética. No en vano llamaron a este conflicto la «Gran Guerra Patriótica». Si bien la URSS fue el país más castigado por la Segunda Guerra Mundial, sólo comparable a la propia Alemania o a Polonia, su victoria sobre el nazismo sirvió para la consolidación de su identidad y de su estrategia geopolítica a nivel mundial. Celebraciones, conmemoraciones y memoriales son testigos ubicuos de esto.

En el 40 aniversario de la victoria en la Gran Guerra Patriótica, el estado soviético quería financiar una película que conmemorase el evento. Las productoras Mosfilm y Belarusfilm contrataron al director Elem Klímov quien, junto a Alés Adamóvich, escribieron un guion que finalmente sería Idzi i hlyadzi; Ven y mira (también traducida como Masacre: ven y mira), película que fue estrenada recientemente en la plataforma Filmin. Estrenada en 1985, la película relata las andanzas de un pequeño campesino de Bielorrusia, Flyora Gaishun, que ante la ocupación nazi del país decide unirse a los partisanos comandamos por el mítico guerrillero Kosach. Tras pasar un tiempo de entrenamiento, Flyora desea entrar en combate, pero Kosach le impide marchar a una operación de ataque. En su vuelta al campamento, es atacado por las fuerzas alemanas, por lo que decide volver a su aldea natal, descubriendo que su familia ha sido asesinada y que el resto se ha refugiado en una isla en medio de un pantano. Un pequeño grupo, Flyora entre ellos, decide ir a buscar comida -acompañados de un monigote de Hitler hecho con una calavera humana real-. De nuevo, son atacados por las fuerzas nazis y Flyora se ve envuelto en la destrucción de una aldea. Una terrible masacre que incluyó la quema de todos los habitantes dentro de la iglesia del pueblo.

Ven y Mira está basada en hechos históricos reales. La ocupación nazi de Bielorrusia fue especialmente sangrienta, que incluyó la destrucción y quema de centenas de aldeas y el asesinato de miles de campesinos bielorrusos. De hecho, los eventos principales de la película están basados en la masacre de Khatyn -no confundir con la masacre de oficiales polacos de Katyn-, una aldea que fue reducida a cenizas el 22 de marzo de 1943 por el 118º batallón nazi, compuesto fundamentalmente por colaboradores ucranianos. de 156 habitantes, únicamente ocho sobrevivieron. El objetivo de la película era retratar de forma cruda, real y sin tintes épicos la crueldad de la guerra. En palabras del director:

El 40 aniversario de la Gran Victoria se acercaba y la administración quería algo típico. Yo había estado leyendo y releyendo el libro Soy de la aldea quemada, que consistía en los relatos de primera mano de las personas que milagrosamente sobrevivieron a los horrores del genocidio fascista en Bielorrusia. Muchos de ellos todavía estaban vivos entonces y los bielorrusos lograron grabar algunos de sus recuerdos en una placa. Nunca olvidaré la cara y los ojos de un campesino y su recuerdo silencioso sobre cómo todo su pueblo había sido hacinado en una iglesia y cómo justo antes de que fueran a ser quemados, un oficial del Sonderkommando les ofreció: «Quien no tenga hijos se puede ir». Y él no pudo soportarlo; se fue y dejó atrás a su esposa y niños pequeños… O sobre cómo otro pueblo fue quemado: los adultos fueron conducidos a un granero, pero los niños se quedaron atrás. Y más tarde, los hombres borrachos fueron rodeados por perros pastores y dejaron que los perros destrozasen a los niños en pedazos.

Luego pensé: el mundo no sabe nada de Khatyn. Sí que conocen Katyn, sobre la masacre de los oficiales polacos que tuvo lugar allí. Pero ellos no saben nada de Bielorrusia, a pesar de que más de 600 aldeas fueron quemadas aquí […].

Entendí que sería una película muy brutal y, probablemente, la gente no sería capaz de verla. Hablé de esto con el coautor del guion, el escritor Alés Adamóvich, pero él respondió: «Pues que no la vean. Esto es algo que debemos dejar como legado, como evidencia de la guerra y como un alegato en favor de la paz».

La película fue polémica incluso dentro de la Unión Soviética. De hecho, el Comité Estatal de Cinematografía soviética detuvo la producción por no estar de acuerdo con el guion. La película era demasiado naturalista y poco comprometida con el pasado soviético. Sin embargo, se logró superar la censura y la película pudo ver la luz tal y como Klímov quería que fuera, convirtiéndose en un referente cinematográfico mundial. 1985 no eran los años 40 o 50 y la sociedad soviética ya no tenía la misma relación de identidad con respecto a su pasado. La Gran Guerra Patriótica ya no era ese episodio épico, sino una cruel realidad en la que millones de personas se dejaron la vida combatiendo el nazismo y otro tanto fue parte de los daños colaterales de esa guerra. Ven y mira no deja de ser una mirada heroica, pero cruel, de aquellos eventos, vistos desde el punto de vista de un niño que, incluso físicamente, se ve transformado por el horror de la guerra. Una obra maestra del cine.

Madres paralelas. La arqueoloxía como (contradictorio) pegamento

(Texto escrito por Carlos Tejerizo García). SPOILER ALERT

Aínda que estou moi lonxe da miña terra -se é que teño algunha terra, aínda que diría que Salamanca ou Casaio-, a estrea internacional de «Madres paralelas», de Pedro Almodóvar, permitiume dar vista por fin esta película. Unha película que para min, e para nós como Asociación Científica Sputnik Labrego, ten moito significado persoal. Dúas persoas do noso equipo, Alejandro Rodríguez Gutiérrez e Laura Martínez Panizo -e xunto a un grande especialista como é René Pacheco Vila-, tiveron a oportunidade de participar nesta produción como extras. Máis aínda, tiveron o privilexio de representar o papel dunha equipa de arqueoloxía nunha exhumación de represaliadas e represaliados da Guerra Civil. Podemos dicir que tampouco traballaron moito, porque máis que representar, simplemente tiveron que facer o que xa sabían, isto é, poñer en marcha a súa experiencia no campo da memoria histórica, restaurando a democracia e a xustiza ás vítimas do traumático episodio da nosa historia que foi a Guerra Civil e o Franquismo. É por isto que tiña un interese persoal moi especial nesta película. Cabe dicir, como anécdota, que Alex e Laura son moito máis disciplinadas e serias, aínda que igual de profesionais, baixo as ordes de Pedro Almodóvar. Supoño que xa sei que teño que facer no futuro.

A película conta a historia de Janis, interpretada por Penélope Cruz, unha fotógrafa que nunha sesión de fotos coñece a Arturo, un antropólogo forense que se presta a axudar a abrir a fosa común onde está o bisavó de Janis. Janis queda embarazada de Arturo, e durante o parto da súa filla coñece a Ana, unha rapaza que tamén dá a luz a unha nena, aínda que esta é produto dunha violación. As madres paralelas. Posteriormente, Janis descobre que as nenas foron intercambiadas, e que a filla de Ana morreu. A culpabilidade leva a Janis a estreitar as ligazóns con Ana, ata que finalmente confesa a verdade e Ana leva a nena, a súa verdadeira filla, con ela. Na última escena da película, Janis e toda a súa aldea contemplan a exhumación da fosa, onde unha muller recoñece o seu pai porque os arqueólogos atoparon o seu axóuxere, obxecto que o pai portou cando os falanxistas o levaron, primeiro, a cavar a súa propia tumba e, despois, cando lle pegaron o tiro de graza. Unha historia, ademais, baseada nun episodio real no que se exhumou unha muller que portaba o axóuxere da súa criatura cando foi asasinada.

Madres paralelas é, evidentemente, unha película sobre a maternidade e sobre as fortes ligazóns que as nais estabelecen coas súas fillas. Pero máis aínda, é unha película sobre a reparación daquelas ligazóns que quedaron truncadas. Existe un paralelismo evidente entre as dúas mulleres e a súa viaxe ao longo da maternidade. A filla que perdeu Ana, aquela de Janis, e o trauma que iso supón para a súa vida ten un reflexo na perdida paralela de Janis. Un viaxe que as dúas nais partillan e que teñen que aprender a resolver; vidas rotas que só mediante a empatía, a solidariedade e a bondade poden pegar e restaurar, aínda que a viaxe deixou as súas marcas, como quedan tamén nunha cerámica que se rompe e que tentamos restaurar. Porén, o paralelismo da película de Almodóvar é dobre. A restauración das ligazóns maternais das dúas protagonistas ten un reflexo na reparación que, como sociedade en pequeno, ten a aldea de Janis cando recupera os restos, e con eles a historia e a memoria perdida e rota, grazas ao traballo arqueolóxico. A arqueoloxía, como medio, e a capacidade das sociedades de confrontar as súas ligazóns mediante a exploración material do pasado, como fin, convértense na película do manchego o pegamento mediante o cal poden as madres paralelas -e a nosa sociedade- restaurar as feridas. Sempre mirando cara adiante, sen medo.

Malia que a película é moi poderosa na súa mensaxe, a súa recepción non deixa de ser contraditoria, precisamente por non ter sido extremadamente polémica. Se esta película fose estreada hai dez anos, non hai dúbida que tería sido moi contestada, como foi a película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra no seu momento. Porén, a polémica que suscitou a película de Almodovar foi porque nun dos carteis promocionais saía un peito de muller cunha gota de leite. De tolos. Algo que non é bo está a pasar nas nosas sociedades. O feito de que Madres paralelas non abrira unha nova discusión, máis necesaria que nunca, sobre que facer coas vítimas da Guerra Civil que aínda quedan por recuperar, non sei se é unha normalidade positiva ou negativa. Sería positiva se realmente fose parte dunha aceptación social da necesidade desta reparación das ligazóns destas vítimas cos seus familiares e de nós como sociedade co noso pasado. Significaría que xa temos comprendido que é o seu. Porén, non parece que isto sexa así, e o medo a «abrir feridas» móstrase máis presente que nunca. Polo contrario, sería negativa se tomamos estas exhumacións como unha nova normalidade, algo que está aí e que temos que convivir con iso. Algo tan repetido que xa é ata cansado, como xa advertía o arqueólogo Alfredo González Ruibal. Asumir como normalidade que centos de milleiros de persoas sigan nas estradas, gabias e cemiterios diría moito da nosa sociedade, e por desgraza nada bo. Con todo, teño a esperanza de que isto non é así e que pouco a pouco estamos a gañar esta batalla, e asumir como necesidade social a reparación das vítimas mediante a xustiza e a verdade. Como Alex, Laura e toda o equipo arqueolóxico de Madres paralelas, seguiremos nisto.

«Continente salvaje» de Keith Lowe. A violencia após a fin da Segunda Guerra Mundial

O século XX caracterizouse pola demostración dunha violencia nunca antes coñecida pola humanidade. Só as dúas guerras mundiais provocaron de xeito directo, máis de 100 millones de mortos, máis de dúas veces a poboación actual do reino de España. Ademais, habería que sumar todos os conflitos máis pequenos, a represión dos réximes ditatoriais ou as mortes e violencia provocada polos desprazamentos de persoas. Como dixo o cantautor Javier Krahe: «acuérdese el XXI / de lo que sido del XX, / qué fracaso, / muerto a los noventinueve / que ni llegó a ser un siglo / por payaso». Sigue leyendo ««Continente salvaje» de Keith Lowe. A violencia após a fin da Segunda Guerra Mundial»